De
ti me gusta todo, la idea de que me he hecho de ti es casi perfecta, tal vez
demasiado, y sólo algún defecto, que te humanizara un poco, podría mejorarla.
¿Cómo lo haré para que vengas a buscarme, y pueda descubrir alguno?
Estas palabras me las dijo la chica
de mi sueño. Siempre las siento dentro de mí, las tengo escritas, las escribí
con prisa, con letra casi ilegible. No las pierdo nunca de vista. Las llevo
dentro del corazón y en mi pensamiento
Sí
Es cierto: me enamoré de una chica,
en un sueño
¿Se puede soñar una chica que no
tenga ningún vínculo con el mundo real? ¿Se puede descubrir en una pesadilla el
amor verdadero? ¿Qué extrañas combinaciones fue capaz de fabricar mi mente, que
en la resaca de una noche consiguió simular la existencia de una chica, de
quien adiviné una leve sonrisa que perduró en el tiempo, más allá de la
quimera, conexiones neuronales que diseñaron un perfume inimaginable, que nunca
dejé de buscar? No lo podía recrear, no, no podía volver a fabricar ese aroma,
pero podía vivir toda una vida siendo capaz de reconocerlo si alguna vez lo
pudiera volver a sentir. No sabía describirlo, ni dar ninguna pista a ningún
cazador de aromas que me la pidiera para ayudarme a buscarlo, pero podía hacer
una tesis de todo aquello que no fue. Lo mismo puedo decir de ella, no sabía
nada de ella, ¡fue tan breve el espacio de tiempo en que la tuve! Desperté en
el peor momento, y la tuve que dejar atrás para siempre, en su mundo virtual.
Había pasado por delante de mi dos veces, dos segundos, uno en la ida, y otro en la vuelta de un paseo
fatídico. Dos instantes, ciertamente, cargados de intensidad, debatiéndonos en
un conflicto de conciencias.
¿Cómo puede crecer en tan breve
espacio de tiempo un amor? ¿Cómo se puede pasar de la discrepancia al olvido,
del olvido a la simpatía, y de la simpatía al amor, en el corto tiempo que dura
un drama? Esta debe ser la diferencia entre el sueño y la realidad: en los
sueños todo parece efímero y todo ocurre de forma más discreta y menos
traumática, pero a veces los acontecimientos toman giros inesperados, y
nuestras emociones son más libres y sinceras: estamos inhabilitados para
interferir, para manipularlas, y fluyen muy a pesar nuestro. Y es por ello que,
desde el primer momento, nunca quise quitar importancia a las vivencias de
aquella noche en la que me enamoré de verdad de una chica de mentira,
convencido de que sería capaz de tirar del ovillo de hilo que va del mundo de
los sueños hasta el mundo real. Entiendo que consideren estúpida mi decisión de
no dar por perdida la chica con la que se inicia esta historia, pero les aseguro
que no fue tomada frívolamente, ni obstinadamente, sino como consecuencia de
una pequeña luz de esperanza que no sabría describir si no es contando los
hechos desde el inicio hasta el final. Cuando los sueños son superficiales y no
parece que vayan a aportar nada sustancial y deseable en nuestras vidas,
desaparecen tan simplemente como han aparecido, pero cuando, como fue mi caso,
un sueño provoca una chispa capaz de encender un fuego que el despertar no
apaga, entonces ya no tienes opción, hay que empezar el camino que va de la
tierra al cielo, y buscar ayuda, y estar atento, pronto a descifrar cualquier
elemento sospechoso que pueda revelar un vínculo, por pequeño que sea, entre
los dos mundos, y que te ayude a escalar el hilo que los une. Mi historia fue
eso, fue un tirar del hilo de un globo que me empujaba hacia el cielo pero que
no conseguía despegarme de la tierra. No podía permitirme el lujo de dejarlo
escapar ni un momento, porque, en este caso, se esfumaría para siempre de mi
vista, como hacen los globos de feria, cuando los niños, dejan, por la
imprudencia de un instante, el hilo que los sujeta. Para poder hacer esto,
necesité aliados de este mundo y del otro, y perseveré con una fe difusa, que
poco a poco fue tomando forma, relieve, y vida. De otro modo, habría sido
imposible. De hecho, todo fue más sencillo de lo que yo pensaba. Con fe, todo
es más sencillo de lo que parece, y si algunos elementos de la historia que
ahora intentaré explicar, aún hoy, más de cuarenta años después, permanecen
oscuros, no lo atribuyo a nada que no sea mi ignorancia, consecuencia de una fe
todavía demasiado pequeña para entender ciertas cosas. Tengo setenta y dos
años, estamos en el año 2091, pero recuerdo muchos detalles de lo que ocurrió
durante ese tiempo. Corría el 2050, y no tengo ninguna intención de inventar
nada, ni de añadir nada a mi historia. No me hace falta. Con lo que recuerdo
tendré bastante para explicar unos hechos absolutamente increíbles, pero que
son absolutamente históricos. A veces, me pregunto si puede ser mi imaginación
que me está jugando una mala pasada, si con el paso de los años he hecho crecer
la historia, he ido idealizando los pocos personajes que aparecen, si he ido
olvidando lo que realmente sucedió y lo he ido sustituyendo por una versión más
fantástica, mezcla de deseo y demencia. Pero es inútil, los hechos son los que
son, y el paso del tiempo nunca conseguirá cambiarlos. Pienso escribir la
historia sin perder de vista ni un momento ninguno de los elementos materiales
que he conservado de aquel tiempo, y que son un testimonio precioso. Los tengo
sobre el escritorio, me los llevaré donde quiera que vaya escribiendo, en el
sofá, en la cama, en la cocina, de viaje, o si escribo mientras hago cola en el
médico: un pequeño crucifijo, una pieza de puzle, una pluma de águila manchada
de sangre, una linterna con más de cien años de historia, una par de cartas,
unos mensajes electrónicos impresos, muchos periódicos con fechas concretas con
noticias marcadas en fluorescente y que hacen pensar... Y si, a pesar de todo,
querido lector, no se acaba de creer lo que explicaré, contacte conmigo,
hablaremos tranquilamente, le presentaré dos prota-gonistas importantes de la
historia, y si es necesario, cruzaremos juntos el océano, y visitaremos los lugares
principales donde sucedió todo. Allí le presentaré el tercer y último testigo
que aún vive. Después pregunte, indague, ¡que todos ellos hablen! Y, entonces,
si sus versiones no complementan la mía — ¡yo no quiero estar presente mientras
se las expliquen! —, entonces sí, definitivamente será que me he vuelto loco.
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